Porque escribir está al alcance de todos...
Dark Lord
El viento soplaba con fuerza. En el horizonte se divisaban ya las primeras lÃneas de la costa. No corrÃan buenos tiempos para nosotros. Nosotros, que habÃamos tenido en nuestras manos al gran Julio César. Recuerdo lo mucho que me reà cuando aseguró que pedir 20 talentos de rescate por su persona era poco. Ahora ya no me reÃa tanto. Recuerdo aquel dÃa, tras volver de faenar por las costas de Mauritania, cuando desembarqué en nuestra base y vi la devastación que habÃan causado sus tropas. Desde entonces, no habÃa conocido lugar seguro, no habÃa dormido bien en ninguna parte, salvo cuando estábamos en mar abierto. Roma podrÃa dominar la tierra, pero nosotros siempre dominarÃamos el mar.
25 años habÃan pasado de eso y nuestro grupo se habÃa ido reduciendo desde entonces. Solo dos pequeñas galeras, tripuladas por una docena de hombres cada una. Pero aun asà seguÃamos siendo el terror de las costas. Roma, con todo su poder, estaba demasiado ocupada con las luchas entre sus dos triunviros como para ocuparse de nosotros. El Senado apoyaba a Pompeyo, pero tenÃa miedo del campamento de Julio César, que recientemente se habÃa situado en el Rubicón, desafiante a las órdenes del Senado. Si se atrevÃa a cruzarlo, significarÃa la guerra civil.
Con la devastación en las Galias provocada por largos años de campaña y con las perspectivas de una guerra civil, di orden a mis hombres de dirigirnos lo más lejos posible. Fue asà como pusimos rumbo a Hispania y como en estos momentos nos dirigÃamos a una pequeña isla situada en pleno Mare Balearicum. Desembargamos en una salina, en terreno muy propicio para ello. En la playa ya habÃa un grupo de milicianos esperándonos. HabÃa visto cosas raras en mi vida, pero por primera vez, veÃa mujeres y niños que salÃan a enfrentarnos. Me acurdo especialmente de una de las mujeres: Alta, esbelta, de melena oscura, con una lorica squamata como armadura. En otras circunstancias, quizás me hubiera llegado a parecer hermosa. Pero habÃa algo en ella que me causaba un sentimiento que era una extraña mezcla de respeto, temor y admiración.
El combate fue breve, pero intenso. Hasta los más pequeños se defendÃan con valor, usando sus hondas de pastor para lanzarnos piedras. Cargué rápidamente contra la mujer de cabellos oscuros, pero paró fácilmente mi espada con su escudo. En su forma de moverse, se notaba que no tenÃa demasiada técnica. No eran como los soldados romanos: disciplina, táctica, técnica. Pero compensaban todo eso con algo que yo no habÃa visto en ningún ejército: luchaban por sus vidas, por sus hogares, por todo aquello que tenÃan. Quien diga que luchar con aldeanos es fácil, le recomendarÃa una rápida visita a estas costas. Finalmente di la orden de retirada. Pero era más fácil decirlo que hacerlo: Aquella mujer no me dejaba respirar, me acosaba, me superaba.
-¿Quién demonios eres tú?
-Mi nombre es Bodastarté, y juro por todos los dioses que esta será la última vez que ponéis el pie en estas playas.
No sé ni cómo conseguà escapar. Pero su rostro, su fuerza, su mirada, su nombre; es algo que nunca olvidaré. Bodastarté. Juro que jamás olvidaré el dÃa en que nuestros aceros se cruzaron.
Realizado con cariño para Ibosim.