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El marqués Rigoberto era uno de los más acaudalados señores de las tierras de Castilla. Sus castillos, sus tierras, sus posesiones eran de las más envidiadas de la comarca. El rey Alfonso XI le tenía en gran estima, pues el marqués se había comportado de forma realmente destacable en la batalla del Salado, siendo de vital importancia en la derrota de los Benimerines.
El marqués era aficionado a las armas y a la guerra. Cuando no había guerra con los moros o con algún vecino envidioso, le gustaba mostrar su gran colección a otros nobles del lugar. Sin embargo, le obsesionaba que su colección no estuviese completa, ya que no sabía cuál de todas las armas forjadas por el hombre, era la mayor de todas.
Carcomido por la duda, decidió visitar al conde Lucanor. Había conocido al conde en la mesnada de Don Juan, que formaba parte de las fuerzas cristianas que habían luchado en Tarifa.
Hablando con Don Juan en el campamento cristiano, le había hablado del conde y de cómo la ayuda de su fiel consejero Patronio le había ayudado para todos los asuntos de su vida. Así que decidió pedirle consejo él también, con el fin de aclarar cuál de todas las armas era la mejor.
Cuando Patronio oyó la historia del marqués, respondió así:
-Señor marqués, es muy posible que haya gente más capacitada que yo para responderos. Pero ya que pedís mi consejo, os referiré como los antiguos griegos conquistaron Troya. Durante años, el rey de Grecia había puesto sitio a la gran ciudad de Troya. Todos sus ejércitos, armas y demás, se estrellaban una y otra vez contra los gruesos muros de la ciudad. Una noche, su general le pidió permiso para cambiar de táctica. Fingieron que se rendían, entregándoles un caballo de madera gigante. Lo que nadie sabía, era que parte de la infantería se había escondido dentro para atacar la ciudad de noche. Como veis, señor marqués, no hay arma que se pueda equiparar a la inteligencia y la astucia.
Viendo el marqués que el consejo era bueno, dejo de preocuparse por su colección. Como vio don Juan que la historia era buena, la mandó escribir aquí y compuso unos versos que dicen así:


Por muchas armas que el hombre quiso forjar,
no encontró para la inteligencia rival.

El arma definitiva (14/01/2014)

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