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Subí nervioso a bordo del HMS Pinaflore. Mi ascenso en la prestigiosa marina real británica daba su primer fruto palpable. Había sino nombrado contramaestre del barco, a las órdenes del capitán Joe Bishop, uno de los más respetados del ejército. Nos habían puesto a cargo de una de las misiones más peligrosas a las que se enfrentaba la armada: la captura, vivo o muerto, de Harry S. Willington, uno de los piratas más temidos de los 7 mares, más conocido como La Pesadilla del Océano.
Salimos del puerto de Calais aprovechando la marea, rumbo al Mar Caribe. La primera instrucción que nos dio nuestro capitán nos sorprendió a todos.
- Si tenéis la oportunidad de atravesarle de parte a parte, no os lo penséis: matadle.
- ¿No deberíamos tratar de capturarle vivo, para que fuese juzgado y ahorcado?
El capitán miró fijamente al que había osado interrumpirle. Le miró de tal manera, que parecía que iba a matarle.
- Asumo toda la responsabilidad - terminó diciendo el capitán - Pero ese hombre es demasiado peligroso como para dejarle vivir. Suponiendo, claro, que sea humano.
El silencio llenó la cubierta al oír esas últimas palabras. Muchos habíamos oído las leyendas que contaban sobre ese pirata. Cuentos de fantasmas para asustar a los críos, de los que ninguno tomábamos demasiado en serio. O eso queríamos hacer creer, porque el miedo se podía palpar allí.
Tras tres semanas de navegación, dimos alcance a su navío, un velero teóricamente más pequeño y peor armado que el nuestro: El Tritón. Sin embargo, en lugar de escapar, vino hacía nosotros, provocativo, con ganas de una buena pelea. A pesar de nuestra teórica superioridad, nos masacraron. Luchaban como demonios, como si no tuviesen miedo a nada. O, al menos, no a nada que nosotros les pudiésemos hacer. Se me heló la sangre cuando vi a La Pesadilla degollar a nuestro capitán sin torcer el gesto ni un segundo. Su sangre manchando la cubierta. A los vencidos no se conformaba con matarlos: los destripaba, mostrándonos al resto sus entrañas, como si quisieran hacernos ver cuál iba a ser también nuestro destino. Entregó a parte de los nuestros a su tripulación, para que se divirtieran un rato. A mí, junto a otros 5 marineros, nos tenía reservado otro destino. Nos dejó en un bote, con provisiones suficientes para dos semanas y nos dejó el siguiente mensaje:
- Decidle a su alteza real, que este es el destino que le aguarda a todo aquel que mande a por mí. Que si en algo aprecia la vida de sus hombres, que se mantenga lo más lejos posible.
Juré vengar a mis compañeros. En cuanto llegamos al puerto más cercano, informé al gobernador, armamos 3 barcos hasta arriba y fuimos en busca de la nave. En pocos días le dimos alcance. Esta vez, se batió en retirada. Supuse que era por miedo a nuestra superioridad numérica, y este orgullo me hizo seguirle hasta más allá de todo lo que conocía. Cuando quise darme cuenta, estábamos en un extraño lugar. Aquello era simplemente espeluznante: muertos vivientes, sirenas que no eran como las que se contaban en los cuentos. Estas eran agresivas. El hecho de ser mitad mujer y mitad pez y no llevar ropa, no les daba atractivo alguno, eran la cosa más horrible que jamás vi. Devoraban a los hombres. Tenían colmillos afilados y te hipnotizaban de tal forma que ibas hacia tu muerte consciente, pero sin poder escapar.
Otros de mis hombres fueron víctimas de una especie de gusanos alados que se colaban por cualquier agujero del cuerpo y les comían desde dentro. Sus gritos de sufrimiento, eran escalofriantes. Pero ninguna de las criaturas que vi era lo más aterrador del lugar. No, lo peor era aquella bruma. Esa bruma se te metía en el cerebro. Te destruía por dentro, pero no te mataba. Te quitaba el alma, pero te dejaba la vida y la consciencia. Cuando vi lo que esa bruma les hacía a mis compañeros, me llegué a preguntar si realmente aquel pirata al que tanto perseguíamos., era realmente el causante de todo esto, o solo una víctima más.
Por razones que no entendí, hubo un grupo al que nos dejaron en paz todas y cada una de esas extrañas criaturas, permitiéndonos volver a nuestros hogares.
Hoy, años más tarde, sigo recordando aquel momento con horror. No puedo dormir, no puedo estar cerca del mar, ni oír hablar de él. El simplemente ver un poco de pescado en mi plato o el olor de la sal me hacen vomitar. Y me pregunto quién de todos los que entramos allí se llevó la peor parte: si mis compañeros, con todas sus torturas, tormentos, mutilaciones y demás, o los que volvimos y ya no podemos olvidar. Aquellos cuyos recuerdos nos conducen al borde de la locura y la desesperación Muchos me preguntan por qué, al abandonar la marina, tomé los hábitos y me instalé en este pequeño pueblo de interior. Yo siempre respondo lo mismo:
-Ya estuve una vez en la entrada del infierno. He de evitar volver allí sea como sea.

 Más allá

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