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El miedo de un superhéroe (10/03/2014)

 

Era una noche oscura y tormentosa. El cielo parecía estar protestando por los acontecimientos que tenía que verse obligado a presenciar. La ciudad volvía a verse amenazada por un horrendo crimen, perpetrado por un villano bastante esquizofrénico. Volvía loca a la policía, por lo imprevisible de sus actos. No tenía un patrón, no tenía una lógica. Sus crímenes parecían no tener una conexión, ni un móvil, ni nada. Parecía como si los escogiese al azar. Su traje negro, su antifaz y esta forma de actuar le habían valido el apodo de Bola8, ya que muchos decían que parecía como si todas las ideas para ejecutar se las preguntase antes a uno de estos populares juguetes de respuestas aleatorias. Así dicho, parecía de chiste, pero no tenía nada de divertido.

Y lo peor de todo, era que nadie sabía quién era de verdad. No había historia. No se sabía quién era el hombre tras aquella máscara. Y nunca lo habían conseguido atrapar. Siempre conseguía lograr escabullirse sin recibir un solo rasguño. Aquello sobrepasaba los límites de la policía. Necesitaban un héroe. Necesitaban a Tempesta. El combate de la noche fue épico. Tempesta tenía la ventaja que le daban sus altos poderes tempestosos, pero Bola8 tenía la baza de los niños que había secuestrado aquella tarde. Un error de cálculo por parte de Tempesta, podría suponer que sus descargan errasen el blanco y alcanzasen a uno de los niños. Si una de sus descargas era capaz de aturdir a un adulto, podría ser nefasta para el cuerpo de un niño. Bola8 no tenía solo su ingenio y su agilidad para escapar. Tenía una tremenda fuerza física, que le permitía lanzarle a Tempesta trozos de viga de hierro, alcanzándola en más de una ocasión, dejando ver correr parte de su sangre. Así era imposible acercarse.

De repente, Tempesta tuvo una idea. Era tan sencilla que no sabía cómo no se le ocurrió antes. Cuando Bola8 levantó otra viga, lanzó uno de sus rayos hacia la viga, en lugar de hacia él. Estando desde el suelo, aunque fallase, el disparo saldría muy alto para dar a cualquiera de los niños.

Pero no falló. El metal de la viga hizo de conductor, dejando tieso a Bola8, terriblemente débil, con las fuerzas justas para volver a huir aprovechando la oscuridad de la noche.

La gente aclamaba a Tempesta. Los refuerzos policiales aparecieron en 5 minutos para llevar a los niños a lugar seguro, pero ya no quedaba rastro de Tempesta tampoco. Solo un charco de sangre que se iba con la fuerza de la lluvia demostraba que allí se había desarrollado un furibundo combate.

 

* * * * * * *

 

Marta giró las llaves, abriendo la puerta de su apartamento. Llegaba agotada de trabajar. Para colmo, la tormenta había causado más tráfico del habitual, por lo que era imposible moverse por la ciudad. Encendió la tele por costumbre. Y por tener algún sonido en la soledad de su apartamento. Estaban las noticias de sociedad, presentando el último bestseller, una novela gráfica sin palabras titulada 7 vidas. Pero la noticia del día seguía siendo el combate entre Tempesta y Bola8. Los periodistas no dejaban de hablar de ello y del curioso punto en común que tenían ambos: esa manía de desaparecer. Todos matarían por 2 minutos de entrevista con cualquiera, pero ambos parecían ser alérgicos a la prensa.

Lee van Cleef, la pequeña gata negra que tenía por toda compañía, salió a recibirla. Maullando, con cara de protesta por tener que pasar tantas horas sola. O quizás no tenía más que cara de hambre y sólo eran imaginaciones suyas. Le echó un poco de pienso y se metió en el cuarto de baño para ducharse.

Desnuda frente al espejo, se examinaba las heridas de su cuerpo. Había pasado miedo aquella noche. Una de las vigas le había alcanzado en pleno costado. La herida le cruzaba desde la parte inferior del pecho izquierdo hasta la cintura. Cogió el algodón y algo de mercromina con el objetivo de limpiarse las heridas. Era increíble que no se hubiese desangrado. El oficio de superhéroe era más duro de lo que la gente pensaba. Por alguna estúpida razón, la gente creía en ella como un ser invencible, incapaz de sufrir ningún daño. Pero su sangre brotaba a borbotones, roja como la de cualquier mortal.

Pero lo peor de ese oficio no eran las heridas. Ni siquiera aquel rollo de tener que mantener una identidad secreta para poder seguir adelante y llevar una vida medio normal. No, para nada. Lo peor era esa soledad. A veces, al curarse las heridas, se imaginaba que sería ser tocada por otro ser humano. Tener a alguien que la cuidase, que le curase las heridas. Incluso, que la desease sexualmente como mujer. Pero no era un lujo que pudiese permitirse. Ya no era por el miedo a perderlos, a que alguien les pudiese hacer daño si la relacionaban con ella. Lo que realmente le aterrorizaba era el hacerles daño ella. No controlar sus poderes. Que, al abrazar a alguien, llevada por la euforia, se le escapase alguna descarga terriblemente mortal. Aquellos poderes no eran tan fáciles de controlar como la gente creía. Nadie, salvo ella, conocía el precio a pagar por aquel inmenso poder.

Bajo la ducha, se enjabonaba pensando en que algún día estaría bien que algunas manos que no fuesen las suyas, acariciasen su cuerpo. Por la tele seguía oyendo el murmullo de la suerte que tenía la ciudad de tener a Tempesta para cuidar de la ciudad. Pero ¿quién la cuidaba a ella? nadie. Absolutamente nadie. Lee van Cleef era la única que de vez en cuando la consolaba en aquella terrible soledad. Porque, incluso los héroes tienen miedo de algo. Y ella tenía miedo no a la soledad, si no a amar y no poder conservar a alguien a su lado. Ese era el mayor de sus miedos. Y no lograba encontrar la forma de vencerlo.

 

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