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Tom había abierto su pequeño restaurante hacía poco más de una hora. La rutina era casi siempre la misma. La clientela era fiel, ya que era de los pocos restaurantes italianos de la zona. Como casi todos los días, Henry entró por la puerta. Henry era uno de los clientes fijos. Llevaba viniendo todos los días desde hacía 3 semanas. Alto, delgado, huesudo incluso, daba la impresión de rondar los 45 años. Colgó su viejo sombrero y su gabardina en el perchero de la entrada. Se sentó en su mesa preferida, una cerca de la ventana donde tenía una buena vista de la calle. Solía pedir un buen plato de espaguetis.
-¿Como los quiere hoy, señor? - le preguntó Tom
-A la carbonara, gracias.
Henry hablaba poco, solía permanecer pensativo e impasible, observando todo a su alrededor. A menudo jugueteaba con los cubiertos. A Tom eso le ponía nervioso, había algo extraño en él, pero era uno de sus mejores clientes, así que mejor no preguntar nada. Lo más probable es que Henry le hubiese devuelto una de sus miradas silenciosas.
Nadie sabía mucho de Henry. Nadie sabía que había sido un terrible gangster. Nadie sabía que, había sacado lo suficiente como para poder independizarse y ganarse la vida como matón a sueldo. Prefería las armas blancas a las de fuego. Un verdadero profesional se acerca todo lo que puede a su victima, solía pensar. El hablar poco era otra de sus firmes convicciones. A la mayoría de los de su oficio se les escapaba la fuerza por la boca. Había aprendido a hacer averiguaciones sin necesidad de hacer preguntas. Le bastaba con escuchar, observar, oler a su alrededor, solo necesitaba estar atento para poder averiguar todo cuanto necesitaba. Era más lento, pero más seguro, ya que nadie podía saber cual era su objetivo ni qué buscaba. Hacía ya una semana que había averiguado lo que necesitaba saber, pero era meticuloso y le gustaba trazar bien su plan de acción. Un buen plan era imprescindible para el éxito, no podía dejar nada para el azar. No se podía permitir el fracaso.
Tom trajo sus espaguetis a la carbonara, calentitos. Henry dejó sus pensamientos por media hora y se centró en su plato. Quizás era un cliché muy gastado el comer en un restaurante italiano pero, al fin y al cabo, las tradiciones estaban para respetarlas. Y además, estaban deliciosos.

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