top of page

En busca del corazón de Obsidiana

 

Durante muchos días he recorrido este maldito desierto en busca del templo del que hablaban las leyendas. Me había adentrado solo con las provisiones para una semana, pensando que no tardaría más de 3 o 4 días en encontrarlo. Pero ya llevaba 6 caminando en todas direcciones sin ver más que cactus y arena. Estaba irremediablemente perdido. A pesar de ir economizando las provisiones tanto como podía, el sol no hacía más que ahogarme. Me seducía para que bebiese un poco más de agua. Que volviese a echar mano de mi cantimplora. Y ya no quedaba agua para más que un par de tragos.

Por todos los medios trataba de orientarme. Por el día, sabía dónde estaba el este por el amanecer, pero de poco me servía. La posición de las estrellas me daba una pista por la noche, pero aun así, yo no era más que un minúsculo punto en medio de un mar de arena. La sed iba a acabar conmigo, me obligaba a arrastrarme exhausto, sin fuerzas. Ya dudaba que alguna vez encontrase ese templo. Suponiendo que existiese, claro. Bebí el último trago de mi cantimplora. A partir de ahora, mi única esperanza era encontrar un oasis para sobrevivir. Saqué de mi mochila la única pista que tenía de ese templo: un hermoso poster que desplegué en la cálida arena.

Por Dios que era hermoso. Y según las leyendas, el mayor de todos los tesoros, el fabuloso Corazón de Obsidiana, se encontraba allí. Pero ya no lo vería. No era capaz de dar un paso más. Volví a caer al suelo, arrastrándome todo lo que podían mis escasas fuerzas. Luchando por sobrevivir. Con la vana esperanza de, quizás, poder encontrar algo con que calmar esta espantosa sed.

 

-¡Se te derrite el helado, marmota! ¿Qué esperás para empezarlo?

-Es que un toque de masoquismo previo lo hace más interesante.

 

bottom of page