Porque escribir está al alcance de todos...
Dark Lord
El frÃo del crudo invierno entumecÃa mis huesos. O quizás no fuese el frÃo lo que me mantenÃa tembloroso, temeroso, indeciso, sin saber qué era lo que debÃa hacer. Tras tantos años de campaña den las Galias y lograr vencer a Vercingétorix, parecÃa que lo más difÃcil de mi carrera estaba hecho. Sin embargo, aquello no era nada en comparación con lo que ahora tenÃa por delante. Miraba mi reflejo, en las aguas de la orilla del Rubicón, aquel rÃo que suponÃa la decisión más complicada de mi vida. El Senado habÃa nombrado cónsul único a Pompeyo. Mi gran amigo Marco Antonio me notificó el poco éxito que habÃa tenido mi carta al Senado, proponiendo que tanto Pompeyo como yo, dejásemos nuestros cargos a la vez. Y ahora me encontraba aquÃ, en este rÃo que no estaba autorizado a cruzar. Tan solo con que uno de mis soldados cruzase, ya serÃa tomado como una declaración de guerra por mi parte.
Miré al cielo, buscando la ayuda de los dioses, como demandando una señal, esperando que ocurriese algo extraordinario. No vi nada, y pensé que tal vez los dioses esperaban que fuese yo el que hiciese algo realmente extraordinario. Con paso firme, haciendo señal a mis hombres, comencé el avance, sabiendo que no tenÃa marcha atrás.
- Alea iacta est! Que sea lo que los dioses quieran.